Museo Aguilar y Eslava
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21.02.17
Archivo Histórico de la Fundación Aguilar y Eslava.
Documento del Mes.

El Real Colegio de la Purísima Concepción según Juan Carandell


Antonio Suárez Cabello

Enormemente interesante resulta la crónica del geógrafo, geólogo y docente Juan Carandell sobre el Real Colegio de la Purísima Concepción insertada en su publicación “Instituto de Aguilar y Eslava” (Madrid, 1924). Un ejemplar de esta edición forma parte del Archivo Histórico de la Fundación Aguilar y Eslava, del que seleccionamos los textos alusivos a la descripción que realiza el catedrático de Historia Natural sobre la vida colegial en aquella época que vivió en primera persona, y cuya reseña sirve para nuestro espacio Documento del Mes.

El Real Colegio de la Purísima Concepción de la Fundación Aguilar y Eslava pasó por numerosas vicisitudes; la que comenta Carandell corresponde a una etapa esplendorosa del mismo, transcendida de la misma manera a la ciudad de Cabra y su zona de influencia, tanto en el aspecto educativo como cultural y social. El mantener viva la llama de la Fundación, que prendió hace muchísimos años (325 de su actividad educativa), es tarea compartida.

En la introducción del trabajo, incluido en una serie dedicada a instituciones modelo, enfatiza en su breve preámbulo sobre la situación de Cabra (la antigua Egabro, dice), siendo muy particular la encrucijada que sitúa la ciudad entre sus “bien cuidadas carreteras” que enlazan con las “numerosas, prósperas e importantísimas poblaciones que la circundan en un radio de 40 kilómetros: Lucena, Aguilar, Montilla, Espejo, Castro, Baena, Carcabuey, Priego, Rute, etc.”, lo que hace que estas poblaciones sumen un total aproximado de 160.000 habitantes.

Enumera, asimismo, otras poblaciones que, pese a la distancia, “dan notable contingente de alumnos al Instituto-Colegio: Bujalance, Doña Mencía, Fernán-Nuñez, Montemayor, La Rambla, Porcuna, Martos Luque, Santiago de Calatrava, Carteya, Puente-Genil…, especificando que en el internado del Colegio hay alumnos de “Málaga (capital), de Vélez-Málaga, de Écija, de Ronda y pueblos de su serranía. De la provincia de Granada acuden algunos (Loja), y hasta de la provincia de Almería. Uno ha habido, hasta hace poco, de la colonia inglesa de Huelva. Familias madrileñas con residencia accidental en Cabra, dejan alumnos internos en el Colegio”. No resulta extraño, por tanto, imaginar una convivencia bulliciosa de alumnos y familiares en los meses en los que se impartía la enseñanza en la institución fundada por Aguilar y Eslava.

Escribe Cardanell, en un corto apartado del folleto, una reflexión sobre el Instituto-Colegio que no se debe obviar, teniendo en cuenta la trayectoria vital de la Fundación en sus muchos compromisos: “No cabe, en efecto, hablar del Instituto de Cabra a secas, sin referirse, irremediablemente, al Real Colegio, y viceversa. Como en el fenómeno biológico de la simbiosis, la exclusión de cualquiera de las dos entidades culturales supondría, a plazo más o menos largo, pero fatal, la desaparición de la restante. La razón es obvia: el 90 por ciento de los alumnos oficiales inscritos en el Instituto son internos del Real Colegio. El 10 por ciento restante es elemento de la propia población de Cabra, y aun hay que rebajar de él un 5 por ciento de mediopensionistas”. Así era en aquella década el mundo educativo en la ciudad de Valera.

Para Carandell, si desapareciese el Colegio, “quedaría el Instituto reducido al desempeño de un papel pedagógico harto menguado, nutriéndose de la escasísima savia escolar que pueden dar por sí sola Cabra y dos o tres poblaciones próximas”, desprendiéndose de sus palabras la importancia del Colegio de la Fundación en aquel periodo como foco educativo y cultural, además de social; aseverando como hecho indiscutible que, “a beneficio de aquella simbiosis, pasan de 200 los alumnos oficiales, siendo este año más de 170 los que con tal carácter forman la colegiatura. Desaparecida ésta, no estaríamos nada lejos del error si calculásemos en 50 el número de alumnos oficiales que tendría el Instituto. Número que no nos sorprendería teniendo en cuenta que en el Instituto, de población no capital de provincia, en que nosotros estudiamos el bachillerato, ese mismo, poco más o menos, era el número total de alumnos oficiales”. Suponemos que investigaciones futuras sobre la educación en el sur de Córdoba muestren al Instituto-Colegio de Cabra como un fenómeno educativo muy singular.

Prosigamos, con ojos de la época, recreando la mirada del polifacético profesor en el examen de la vida cotidiana de los colegiales. Antes de visitar las dependencias y conocer sus costumbres, encontramos unos datos imprescindibles: “El Real Colegio de la Purísima Concepción fue fundado a finales del siglo XVII por el benemérito patricio el licenciado D. Luis de Aguilar y Eslava, el cual dejó un cuantioso legado bajo la administración de un Patronato […] Aquel legado ha recibido posteriormente importantes aumentos, en virtud del que hiciera más tarde el Rvdo. Vida e Hidalgo, fundador de las Escuelas Pías, refundida en el primitivo Colegio de Humanidades del primer fundador. Un ilustre catedrático, el Sr. Vargas, legó también toda su fortuna a favor del Colegio”.

Del Sr. Vargas, autor de la “Reseña Histórica del Real Colegio de Estudios Mayores de la Purísima Concepción y de su Instituto”, sobrino del ilustre fundador, se ocupa nuevamente en el apartado del Centro educativo: “Consignemos, por lo relevante del ejemplo, que la huerta fue donada al Colegio, no por ningún hacendado, sino por un catedrático: el ya mencionado Vargas y Alcalde. El hoy magnífico campo de deportes y experimentaciones está enclavado a 200 metros del Instituto-Colegio”. En la actualidad, ese patrimonio se ha transformado en un edificio en la calle Amaraz (con acceso igualmente desde el propio Museo) donde se ubicará el Centro de Estudios y Documentación “Manuel de Vargas y Alcalde” y el Oratorio de la Purísima Concepción, cuya inauguración está prevista para el próximo año 2018.

Cuestiones económicas se reflejan en este contenido: “Allá por el año 1845 fue decretada la incorporación al Estado del primitivo Colegio de Humanidades que Aguilar fundara, y la consiguiente creación del cuadro de catedráticos oficiales nombrados por el Gobierno, pagados al principio por el propio Colegio, y corriendo ya posteriormente sus haberes con cargo al presupuesto de Instrucción pública, análogamente a los demás Institutos del reino”.

Detalladas notas nos informan del inmueble: “Levantado desde sus cimientos y construido con arreglo a fines exclusivamente pedagógicos, el edificio consta de un cuerpo con patio central, dos largas naves que de él arrancan, y otra, recién construida e inaugurada a comienzos del curso último, perpendicular a aquellas. Se levanta casi a extramuros del casco de la población, inmediato al magnífico parque municipal, y forma chaflán a dos calles, con una entalladura rectangular que constituye la plaza de Aguilar y Eslava. Una de sus fachadas mide 70 metros de longitud aproximadamente; la otra alcanza unos 30 metros. La altura es de unos 20 metros, y se distribuye en planta baja, dos pisos y sótano”.

La distribución es la siguiente: “En el cuerpo principal están instaladas la mayoría de las dependencias del Instituto, que ocupan parte de la planta baja y todo el primer piso de esta parte del edificio. Las tres alas que de ella arrancan están ocupadas casi totalmente por el Colegio, y, en parte, por algunas aulas del Instituto: Física y Química, Agricultura e Historia Natural, las tres en sendas espaciosas aulas de reciente construcción. El resto destínase a comedores, cocina, cuartos de baño (cuatro) y dormitorios en la planta baja y primer piso, y con dormitorios y un magnífico y alegre salón de estudio (26 por 7 por 5 metros) también en el piso alto, con grandes ventanales al Mediodía y Poniente”.

Señala Carandell que la organización del Colegio es responsabilidad del director del Instituto, “el cual tiene a sus órdenes dos clases de funcionarios, para lo pedagógico y lo administrativo, respectivamente”. Bajo la dependencia del rector, en lo pedagógico, están un secretario y un capellán: éste como director espiritual, “previsto y establecido taxativamente por el fundador Aguilar y Eslava”. El capellán tiene a sus órdenes “un cierto número de regentes, la mayoría de los cuales son maestros de Primera enseñanza y algunos licenciados en Ciencias o en Letras incluso, pagados por el Colegio. Uno y otros tienen a su cargo la vigilancia de la sociedad escolar, tanto en los repasos de las asignaturas como en los detalles de la vida de los alumnos. Cada regente toma a su cargo el repaso de varias asignaturas, labor que se efectúa por las tardes en las distintas aulas, aparte el gran salón de estudio, en el cual caben unos dos centenares de muchachos, vigilados por dos regentes, que se turnan. Los alumnos nunca estudian en sus habitaciones particulares ni se les autoriza para ello”. Con respecto al personal administrativo lo forma un tesorero, que es el secretario del Instituto, un contador y un mayordomo, quien tiene a su cargo todo el personal de cocina y limpieza, “unos 25 individuos”.

A 1.000 pesetas ascendía la pensión que debían abonar los alumnos por curso. En ella se incluían “los baños, el servicio médico y la asistencia a las semanales funciones de cinematógrafo”. Los internos visten todos de uniforme, siendo la vida del colegial la siguiente: “Se levanta a las seis y media de la mañana. Estudio hasta las ocho. A las ocho y media, desayuno, consistente en un huevo frito, tejeringos y un vaso de leche y café. A las nueve, hasta la una y media, las clases en el Instituto. A las dos menos cuarto, comida: sopa, cocido, principio, ensalada y postres (cada cinco días comida extraordinaria). A las dos y cuarto, hasta las tres, juego en el patio del Colegio o paseo por el parque inmediato (en lo sucesivo, juego en el parque deportivo del Colegio, a 150 metros de éste). De tres a cuadro, estudio. De cuatro a cinco y media, paseo o juego, salvo los alumnos de turno, para tomar el baño, a cuyo efecto funcionan la caldera central y los radiadores, hasta las ocho de la noche. De cinco y media a siete y media, estudio, con un intervalo de diez minutos a las seis y media. A las siete y media, cena: dos principios, ensalada y postre”. Aclaremos que “principio” es el alimento que se servía entre la olla o el cocido y los postres. Los regentes y el capellán comen con los alumnos, “atentos siempre a la disciplina y a la mayor corrección de aquéllos”.

Durante la cena un colegial aventajado en educación musical, ejecuta en la pianola Aeolian, que posee el Colegio, trozos clásicos y de autores españoles selectos, con arreglo a un programa que se fija en una pizarra, y se varía diariamente. A las nueve en punto comienza el descanso de la colegiatura, así lo describe Carandell en el folleto. Los comedores, indica, “son dos, toda vez que el año pasado fue preciso ampliar el antiguo, que mide unos 18 metros de largo por 7 y medio de ancho; el nuevo tiene 14 y 7 y medio respectivamente”. En el antiguo, los alumnos comen en mesas largas, y en el nuevo en mesas pequeñas para cuatro comensales.

Sigue pormenorizando que en todas las mesas se ponen “pulcros manteles”, siendo la vajilla y cubiertos propiedad del Colegio. Más referencias son: “Los que tienen las calificaciones más altas comen en la llamada Mesa de Honor, sirviéndoseles la comida en primer lugar. Grandes ramos de flores en las mesas prestan cierto sello artístico al refectorio”.

De los aposentos de los colegiales dice el antiguo profesor: “Los dormitorios ocupan uno de los lados de las naves, en tanto el otro se destina a amplio pasillo. Mientras se construyen camas de tipo único, que serán propiedad del Colegio, cada alumno, al ingresas, lleva la suya y la cantidad de ropa que marcan las circulares-reglamento. En cada dormitorio -provisto de la puerta y ventana correspondiente- duermen dos alumnos generalmente. Hay tres o cuatro compartimientos amplios capaces para diez o doce muchachos. Distribuidos convenientemente están los dormitorios destinados a los regentes. Además hay un sereno de vigilancia, así como un botiquín de urgencia. Uno de los médicos de la ciudad lo es del Colegio”.

Conocemos por el polifacético científico que los sábados, después de cenar, “tienen los alumnos una sesión de cinematógrafo con el magnífico Gaumont que el Colegio posee”. Además de las películas corrientes, son proyectadas cintas científicas de las casas Pathé y Gaumont, “para que no sea un cine más idéntico a los que cada muchacho ve en sus pueblos, junto a sus familias”. Algunos días de la semana dan conferencias varios profesores, antes o después de cenar, “con diapositivas de la casa Mazo y una gran linterna Max Kohl, con arco voltaico, con el microcopio de proyección, con el megáscopo”.

Los “recargos de estudio” se producen cuando un alumno tiene calificación baja en la lección o lecciones del día o de la semana: “pierde la sesión cinematográfica del sábado y el recreo y paseos de costumbre”. Las faltas de orden en el Colegio se castigan de esta exclusiva manera, “que resulta eficacísima”. En cuanto a los síntomas de indisciplina no se dejan notar jamás ni en el Colegio ni en el Instituto: “Las agitaciones callejeras, las pasiones políticas, las sugestiones de la Prensa, no traspasan en ningún caso los umbrales de aquella casa. Las vacaciones comienzan con absoluta normalidad en los días marcados por el calendario escolar”.

Por último, deja constancia de que al finalizar el curso, los propios colegiales conceden, por sufragio, tres premios a los respectivos compañeros distinguidos por su conducta, aplicación y aprovechamiento, colocándose los retratos de los premiados en las galerías del Colegio: “Véase por dónde se les inicia en los primeros pasos de la política, empezando por el sufragio, acaso el más desinteresado y noble que emitan los colegiales en toda su vida”, añade.

En el tiempo del relato es director del Instituto y rector del Colegio D. Manuel González-Meneses, para quien Carandell solicita una condecoración honorífica por la importante labor que desarrolla. En 1925, González-Meneses fue nombrado hijo adoptivo (predilecto) de Cabra por el ayuntamiento de la ciudad.

Hemos espigado prácticamente lo que fue aquella vida colegial en la que Carandell impartía sus clases, no solo en el aula, sino organizando excursiones a los más diversos lugares.

La palabra “simbiosis”, usada en dos ocasiones por el profesor, es la que oímos pronunciar con cierta frecuencia al actual presidente de la Fundación Aguilar y Eslava, Salvador Guzmán, cuando habla del Instituto y de la Fundación (Colegio); palabra que siempre debería estar presente en el largo trayecto que hay que seguir construyendo para la vida educativa, cultural y social de la ciudad.

ARCHIVO HISTÓRICO DE LA FUNDACIÓN AGUILAR Y ESLAVA
Documento del Mes:

Carandell, Juan

Instituto de Aguilar y Eslava, Cabra (Córdoba) por Juan Carandell, catedrático de Historia Natural. Madrid, 1924 (Imprenta de los sucesores de Hernando, calle de Quintana, núm, 33).

30 p. : il. ; 20,00 x 14,00 cm
Serie: Instituciones modelo.

Sig. Top.: F.0001.

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